sábado, 10 de noviembre de 2012

Rosa Cándida, Audur Ava Olafsdóttir

Rossana Cabrera: 
Ni si, ni no, ni blanco ni negro. No está mal escrito. Pero me resultó aburrido.
El relacionamiento del protagonista con su hija me pareció dulce, y comparar sentimientos con diferentes tipos de rosas y plantas me resultó curioso.
Pero nada más
.
Alicia Magan Calvo:
Se me hizo pesadísima.
Eva Garrido:
Pesado y aburrisimo.
 Inma Marzo: 
 A mi no me disgustó en absoluto. No es una novela larga, ni de acción trepidante sino que destaca su sencillez con un personaje principal que debe asumir su paternidad a edad temprana y que lo hace asombrosamente bien, con una sensibilidad y forma de ver la vida más propia del carácter mediterráneo que del frío país que se supone que procede (porque en el libro no se menciona ni de dónde viene ni a dónde va). Me ha gustado leer a una escritora que no escribe novela negra aunque sea nórdica de los más nórdicos, casi polares.
Ana Richard: 
   A mí me fascinó. Yo creo que se queda en el norte, Inma. Me inclino por Alemania. En todo caso, menos gélido que la Islandia de la que se supone que procede. El viaje no sólo es de un país a otro, es su viaje interior, y la reconstrucción del jardín es la suya propia. Lo primero es quitar las malas hierbas, antes de empezar a diseñar lo nuevo y poco a poco, irlo componiendo. El amor nuevo por su hija, esa paternidad temprana y dulce, le salva y le devuelve a la vida. La relación con el prior y el parecido de la niña con el Jesús del cuadro son de nuevo un símbolo del amor salvífico. La escena final de la novela resume toda esta idea: el rayo de luz, el amor de Dios, entra a través de la rosa de la vidriera (la rosa es su madre, es también la concepción de su hija) e ilumina la cabecita de la niña, a modo de imposición de manos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario